LA MONEDA
La BIP! está nueva, la mandó a comprar hoy. El último mandado de la última secretaria que tendrá en su vida. Se le negó el acceso a los vehículos que tenía asignados, y entonces vuelve a entrar como ciudadano a estos gusanos chirriantes que tantas cintas rojas le brindaron en estos años. Esos años. En la mochila la libreta con todos los contactos de su vida, dólares, el cortaviento rojo y el pasaje al sur. No se sienta, y por primera vez en años fija la mirada en el suelo.
LOS HÉROES
Levanta la vista de a poco, y ve que algunos chilenas y chilenos lo miran. Otros, en cambio, parecen absolutamente aburridos. Una niña le ofrece el asiento preferencial, y supone que debe aceptarlo. Le duelen los huesos y no siente su cara por el aire acondicionado y la parálisis. La niña, sola como está, lo mira directamente a los ojos inyectados en sangre. ¿Para dónde se escapa? Se va al sur, dice, pero no se escapa. Nadie lo persigue. Para qué.
REPÚBLICA
Repúblicas hay muchas, dignatarios también son muchos, piensa. La dignidad es ubicua solo porque es pretendida. Al final del día, no existe más que un presupuesto. y cuerpos sufrientes con RUTs azarosos en eterno transporte. Mientras, el dignatario decae. Sus dientes postizos son solo un adoquín pisoteado por las sonrisas de la nueva generación. En el sur sus tierras aún humean, y nadie lo espera. Pero si no el sur, ¿qué?
ULA
No se escapa pero igual está obligado a irse. El resto del vagón sigue sumido en el desinterés. Cuando nadie te defiende, atacarte pierde el gusto. Dicen que ya no soportan verlo, y que tiene olor a viejo, que mejor se vaya a morir a otra parte. En una época pensó que iba a morir mártir, y pasaba las noches imaginando cómo explotaba ante las cámaras fruto de una bomba firmada por todos los partidos.
ESTACIÓN CENTRAL
Primera compuerta hacia fuera de la capital. Chilenas y chilenos se mueven con maletas, bolsos, mochilas, cajas de mercadería. Entrégueme la mochila. Acaso no quiere que me vaya —argumenta— la necesito para irme. Quédese con el pasaje, el resto me lo pasa a mí. Se va sin nada más. Para que tenga que trabajar hasta que termine de caerse muerto. Quizás ahí se compra una mochila que sea suya. Ella lo violenta y se la quita de las manos tiritantes que ya, en todo caso, no eran capaces de cargarla.
UNIVERSIDAD DE SANTIAGO
Le toca bajarse, y se baja. Arrastra las piernas rígidas por el andén mientras dolores punzantes se esparcen por todo su cuerpo. Un calor se difumina desde sus pulmones a su garganta, a la boca agria y a su nariz. Se detiene, y se deja desplomar en las baldosas. Abre su boca exageradamente con cada bocanada que se niega a entrar. El corazón agitado. Nadie llega, no se muere y es solo un viejo pobre. Se arrastra, se levanta, camina hacia el bus que se lo lleva.