Prólogo
Sábado Gigante (SG), el coloso de los shows de variedades, se mantuvo al aire entre los años 1962 y 2015. Magníficamente encapsulado en el concepto de variedades, el aspecto totalitarizante del programa no era percibido ni por el espectador más perspicaz (quizás solo una leve sensación de malestar, a veces acusando una inexistente dispepsia, que solo décadas más tarde sería entendida por lo que realmente era). Eran tres horas (si no muchas más en el cénit de la producción chileno-latina: episodios especiales alcanzaban maratónicas marcas de diez o quince horas al aire) donde el contenido era considerado de libre arbitrio para la voluntad de DF (Don Francisco, o Distrito Federal para los ominosos polemistas post–Watergate que años más tarde amonestarían simbólicamente a la cadena televisiva Univisión por las peligrosas redes que tendía con el gobierno norteamericano).
Así, no era extraño presenciar extensos parajes de episodios donde DF levantaba a miembros – aparentemente azarosos – de la audiencia para que relataran sus vivencias personales. Las que, sin excepción, eran textos redactados por la clandestina Oficina de Reparametrización de Civiles de la CIA contra los peligros incipientes del comunismo, la contracultura y el erotismo desbandado de grupos juveniles.
Este proselitismo era de particular utilidad para el gobierno americano, ya que le proveía una ruta sin obstáculos hacia La Meca de la Última Internacional Comunista: América Latina. Sábado Gigante se convirtió en pocos años en el show más confiado por los latinos (tanto residentes de EE.UU. como en otros países), y el rostro de Don Francisco era periódicamente catalogado como uno de los mayores capitales políticos de la nación americana. Desde las arenas de Miami se proclamaba, con megáfonos de color pastel, las profundas injusticias contra el Hombre que se acercaban cruzando los Montes Urales.
La Unión Soviética sintió el golpe. Como animal herido, comenzó con las represalias escalando los programas armamentísticos. Los detalles pueden revisarse en la abundante literatura de la época, pero baste decir que las presiones llegaron a una criticidad tal, que ambas partes debieron negociar soterradamente un tratado de tregua. Este esfuerzo diplomático decantó en los que actualmente se conocen como Acuerdos SALT o Tratados ABM1.
Figura 1: Carter y Brezhnev firman el acuerdo SALT II, informalmente conocido por los movimientos contraculturales latinos como Sábado Angels Leaving TV
En un movimiento característico de la época de la Guerra Fría (O Guerra Francisca, como le denominó apasionadamente Chomsky en su aclamado discurso al Congreso Americano2), los acuerdos se enmascararon comunicacionalmente como un de-escalamiento de las tensiones armamentísticas soviético-americanas, mientras (en una sesión con los equipos imprescindibles de cada bando) se firmaban las cláusulas que los habían concertado en este esfuerzo de largos años. Como declararía una década más tarde una fuente que se encontraba en la Roosevelt Room al momento de la firma, eran tres los acuerdos referentes a SG: primero, funcionarios públicos del estado norteamericano (incluyendo ramas policiales, de inteligencia y del ejército) no podrían aparecer en nuevos episodios de SG; segundo, toda membrana de comunicación o apoyo hacia el equipo ejecutivo de SG debía impermeabilizarse (incluyendo pagos, regalías, y exenciones tributarias); y tercero, los miembros del directorio de Univisión colocados por el gobierno americano (que, curiosamente, la fuente asegura no fueron personificados expresamente en el tratado, ni tampoco se refirieron a ellos verbalmente con cualquier seña que los pudiera caracterizar eficazmente durante la negociación) debían retirarse inmediatamente de aquel. Para el cumplimiento de todo esto se dotaría de acceso especial a un pequeño destacamento de analistas soviéticos en suelo americano, lo que según Bolinevski (2013)3 es probablemente el mayor sacrificio a la autonomía americana del siglo pasado.
Sin embargo, los personeros de esta Última Internacional Comunista obviaron dos puntos desgarradoramente cruciales: la motivación intrínseca de DF en temas de maniobras comunicacionales ciudadanas, y los amplios recursos económicos y culturales dispuestos por él y su equipo para estas labores (que dejarían en evidencia que el apoyo del gobierno americano no era más que un gesto simbólico, y la última línea en la agenda era trazada por DF y su círculo de hierro).
El plan original —gestado desde Miami— fue una guerrilla de desgaste cultural y mediático. Como todo enfrentamiento geopolítico de aquella época, las tensiones se desenvolvieron físicamente en los Balcanes, mientras el alcance permanecía global. El cruce del Rubicón en este asedio simulado fue una Teletón de apoyo a la reconstrucción de infraestructura crítica. Desde aquel polvorín ideológico y racial, con las cámaras siempre transmitiendo, se prometieron recaudar fondos (privados y prácticamente irrastreables) sin perder la vista directa a las principales potencias de la cosmovisión cirílica. La campaña —presuntamente— humanitaria fue extendiéndose en las parrillas internacionales hasta lograr financiamiento, de parte de una confederación de universidades norteamericanas, para mantener corresponsales permanentes en la región.
Una mente nívea podría caer en imaginar a estos corresponsales como el actual y homónimo corresponsal de guerra, mas nada podría ser más alejado de la realidad. El Corresponsal Franciscano era usualmente un hombre egresado de la Ivy League norteamericana, blanco, y con nexos a Washington y Miami. Una vez inmiscuido en las fronteras difusas de los Balcanes de aquellos días, sus principales labores consistían en horadar —dinero, cargos, palabras amables, palabras agrias: todo se combinaba en paquetes de diplomacia privada con una agresividad que no se ha vuelto a ver en la historia contemporánea— las barreras de todo organismo internacional que se poseyera una esquirla de poder. Así, las comisiones humanitarias de la ONU, la OMS, la FAO y la Cruz Roja incluyeron al menos a un Corresponsal Franciscano durante años. Cuánta influencia tenían en las decisiones estos personajes es imposible de estimar, pero muy fácil de temer.
Fueron estos mismos corresponsales los que cortaron los tenues lazos que aún mantenían con un Univisión en decadencia. Ya las cámaras no grababan en Miami ni mostraban a DF hacía años, y ahora subtitulaban toda la programación a las variantes lingüísticas serbocroatas de cada región. Los mismos corresponsales que eventualmente se vistieron tras bambalinas de guerrilleros para orquestar las revoluciones separatistas a lo largo de toda la región en crisis. Los mismos corresponsales que, pasadas las décadas, prestarían declaraciones ante la Corte Penal Internacional en La Haya apuntando intangiblemente hacia un único responsable tan indefendible como inatacable.
A este responsable no se le ve hace décadas. En el imaginario colectivo se le representa embalsamado, con los pies enterrados en la arena caribeña sobre la que construyó aquella torre inexpugnable. Esta torre caribeña fundada en base a megáfonos, empresas offshore y un sueño americano.
La investigación independiente presentada en este libro demostrará que este responsable no solamente sigue vivo, sino que más poderoso que nunca. Sus redes siguen activas, aunque sutiles, en las principales ONG y for profit globales. Desde Silicon Valley hasta Shanghai, la cofradía se ha tornado totalmente global.
Ruego al lector pensar en este libro como la primera grieta. Una pequeña apertura en el candado puesto a las pruebas que se presentaron en La Haya, y al círculo de hierro-y-arena domiciliado en Miami. El Imperio Latino ha acallado impunemente sus atrocidades por demasiado tiempo, pero este trabajo revelará lo que este imperio sin fronteras creyó enterrado por siempre.
- Anti Ballistic Missiles↩
- N. Chomsky: Why governments shouldn’t trust TV presenters, producers, or actually anyone but the people: three short stories about waking up. Extraído de Brentice Halls Editions (2014), pp. 461-489.↩
- Y. Bolinevski: American soil as both a currency and a curse: Irak, Don Francisco and renewable energies. Extraído de https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/14650045.2019.1656609↩